Entrevista a Latitud Barrilete

Entrevista a Latitud Barrilete por Francesc Sánchez, de la redacción de El Inconformista


Hemos querido acercarnos a Latitud Barrilete , un proyecto de periodismo documental que se propone mostrar las problemáticas existentes en América Latina y las maneras que tiene la gente para enfrentarlas.

Martín Flores y Ana Sofía Quintana en sus viajes por América Latina han hecho un verdadero trabajo de campo, hablando y conviviendo con los protagonistas de unas historias que no nos deberían dejar indiferentes.


Francesc (F): Explícanos qué es Latitud Barrilete.

Martín (M): Es un proyecto de periodismo documental que se propone testimoniar las problemáticas existentes en nuestra América Latina y las maneras que instrumenta la gente para enfrentarlas. Hacemos un trabajo de campo. Nos acercamos a los barrios y a las comunidades e intentamos convivir con las personas en su escenario de todos los días, de manera que podamos percibir su realidad y sus problemáticas desde la misma cotidianeidad que viven ellos, desde sus propias necesidades, desde sus propias carencias y vicisitudes.

F: En el mes de octubre de 2005 emprendéis un viaje por el interior de Argentina.

M: En octubre de 2005 partimos de nuestra ciudad con la idea de recorrer el continente. En años anteriores habíamos hecho viajes similares, generalmente por la región andina, que es la zona de las sierras bolivianas, peruanas y ecuatorianas. No teníamos en mente un proyecto concreto, pero planeábamos llegar a México viajando muy lentamente. Salimos en dirección sur, porque no queríamos abandonar la Argentina por tiempo indeterminado sin antes conocer nuestros territorios más australes. Fue así que recorrimos casi toda la Patagonia durante seis meses, con algunos eventuales cruces a Chile. Avanzamos por la parte cordillerana y una vez que llegamos a Ushuaia —la ciudad más meridional del mundo— regresamos por la ruta del litoral marítimo, bordeando las inhóspitas costas del océano Atlántico. En esta parte del viaje nos encontramos con un país en venta, con una república que está siendo rematada al capital extranjero, como una nefasta continuidad del modelo de los ’90. La tierra, el agua, el subsuelo con todo el oro y el petróleo son entregados al mejor postor sin tener en cuenta las consecuencias ni las necesidades de los habitantes del lugar. Ante esta situación, la gente se organiza de distintos modos. En todo el corredor andino numerosas familias ocupan tierras; en Esquel —caso ejemplar— la ciudad entera se alzó para detener un emprendimiento minero multimillonario; en varias provincias los mapuches luchan desde hace décadas por la reivindicación de sus tierras y su cultura. También hay radios autónomas y publicaciones populares que intentan generar conciencia en la población mediante la difusión de estas problemáticas.

Lo que sucede en la Patagonia no suele ser noticia en los grandes centros urbanos, pero si uno recorre el sur en toda su profundidad, verá que se trata de una tierra en ebullición. Fue en ese entonces que decidimos testimoniar las injusticias que veíamos y dar cuenta del modo en que la gente se organizaba para resistirlas. Allá en el sur comenzó a tomar cuerpo lo que más tarde sería Latitud Barrilete. Fue en ese momento y no en otro cuando nos sentimos preparados para elaborar un material crítico y profundo. La experiencia que nos dieron los viajes anteriores, el criterio y la visión que adquirimos en nuestro paso por la universidad, sumada a nuestras inquietudes, percepciones e intereses, convergieron en ese momento para dar forma a este proyecto documental que hoy se difunde, aunque muy lentamente, en gran parte del mundo hispano.

Después de viajar por el sur recorrimos Uruguay, donde percibimos principalmente la visión que tienen nuestros vecinos acerca de la instauración en su país de unas plantas multinacionales de celulosa que descargarían sus desechos sobre el río que separa ambas naciones. Las papeleras son enérgicamente rechazadas en Argentina, pero son ampliamente apoyadas en Uruguay. Para frenar el proyecto, los argentinos se organizaron en asambleas y cortaron los puentes que unen los dos países, desatando un conflicto internacional que llegó a la Corte de La Haya.

Luego de Uruguay viajamos por la parte central de Argentina, que incluye la región pampeana, el litoral fluvial y las sierras centrales. En el norte de la provincia de Buenos se encuentra el cordón industrial más importante del país y hay graves problemas de contaminación, aunque todavía se trata de un problema bastante silenciado. En Rosario —uno de los principales centros urbanos del país— nos encontramos con una ciudad muy activa, con múltiples emprendimientos populares, algunos de los cuales están apoyados por la municipalidad, como los proyectos de huertas urbanas y economía solidaria. En el Litoral convivimos con los pescadores y los isleros del río Paraná. Nos deslumbramos con su modo de vida y sus conocimientos, sus historias y su manera de ver las cosas.

En Córdoba nos contactamos principalmente con la gente del Movimiento Campesino. Estuvimos en el norte y en el oeste, donde resisten desalojos, defienden la producción y la vida del campesinado ante el avance del cultivo sojero latifundista y empresarial, consistente en un proyecto de ruralidad sin campesinos

En la ciudad de Córdoba, otro de los principales aglomerados urbanos argentinos, se encuentra el movimiento cartonero más sólido del país. Se trata de personas que recorren las calles con carros y recolectan cartones para venderlos a los centros de reciclado. Luego de la crisis, esta actividad representó un modo de supervivencia para gran cantidad de desocupados.

Si consideras que todo esto nos ha llevado más de un año, quizás nos preguntes si no nos parece un viaje un tanto lento. Y nosotros te diremos que sí lo es, porque nuestra intención es entender los sitios que atravesamos, aprender a pensarlos y a percibirlos desde la realidad de la propia gente, en toda su magnitud y complejidad, con todas sus problemáticas y contradicciones. Además, aunque nosotros mismos vivamos acá, Argentina es un país difícil de concebir. Es el octavo del mundo por su extensión, su población es muy heterogénea, y sus regiones son muy diversas y contrastantes.

Durante los próximos meses continuaremos en dirección norte, aunque decir esto es bastante relativo porque generalmente no llevamos una dirección coherente a los puntos cardinales. En ocasiones avanzamos haciendo eses en el mapa, como los borrachos cuando caminan.

F: A lo largo de estos años ¿qué lugares habéis visitado?

M: Hace aproximadamente diez años que venimos descubriendo América, caminando sus rincones, conversando con su historia y con su gente, en un intento por obtener una mirada propia y conocer a los protagonistas de los hechos que no son noticia para este sistema que fabrica soledad y miedo. Hemos viajado principalmente por Sudamérica, y más específicamente, por el Cono Sur (Argentina, Chile, Uruguay) y la región andina (Bolivia, Perú, Ecuador). También estuvimos en Colombia, en Venezuela y Brasil. No podríamos especificar una ruta concreta. Hemos ido y vuelto varias veces, pero siempre teniendo a Buenos aires como una base que nos permitía trabajar, estudiar o difundir lo que hacemos.

F: ¿Qué es lo que os llevó a emprender estos viajes?

M: Nuestro viaje actual es el resultado de muchos otros. Es una historia larga. Desde que éramos adolescentes, no hemos podido amoldarnos ni integrarnos a la rigidez de ningún tipo de ámbito institucional o académico. Estudiamos carreras universitarias y hemos realizado trabajos de oficina para distintas empresas, pero el conservadurismo existente en esos sitios, sumado al agobio de la rutina y la burocracia, nos han empujado a buscar otros horizontes. Entonces, cada vez que lográbamos ahorrar algo de dinero, salíamos a recorrer el país y el continente en largos trayectos que duraban varios meses, buscando algo que ni siquiera nosotros sabíamos bien qué era, pero que seguramente se trataba de estar más cerca de gente menos acartonada, y vivir otros escenarios más parecidos a la realidad, vivir en definitiva experiencias distintas a las que vivíamos en Buenos Aires.

En un principio se trató de viajes amorfos, imprecisos, en los que no alcanzábamos a asimilar las cosas que nos sucedían, porque la realidad latinoamericana nos resultaba tan compleja que nos superaba. Pero a medida que fuimos conociendo la trama de nuestras sociedades, la historia y la cultura de nuestra tierra, fuimos prolongando los viajes en tiempo y distancia. Hasta que nos animamos a dar un salto definitivo: entre 2001 y 2002 realizamos una gran vuelta sudamericana que duró un año y medio. Y esa fue una experiencia decisiva que nos transformó para siempre: fue en ese entonces que comenzamos a recoger material que nos gustaba y nos estimulaba a difundir lo que nosotros mismos percibíamos. Además, en medio de este viaje, cuando estábamos en la selva amazónica ecuatoriana, se produjo el estallido social argentino y la posterior crisis económica. A nosotros nos afectó en varios planos. En principio, desde lo emotivo, porque es desgarrador ver por televisión, desde otro país, cómo tu propio país se cae a pedazos. Se nos ponía la piel de gallina viendo esas imágenes de la gente en las calles, resistiendo la brutal represión policial y aguantando la embestida de los carros de asalto y la caballería. Sobre todo después de diez años de silencio. El país pareció sacudirse en apenas dos días del letargo de toda una década. Y fue una sensación muy rara ver todo eso desde lejos.

El otro aspecto en que nos involucró la crisis fue en el económico, porque hasta ese entonces viajábamos con unos ahorros que nos enviaban desde nuestro país, y de repente estuvo prohibido hacer giros al exterior. De un momento a otro nos vimos sin dinero y todo cambió. No teníamos siquiera lo necesario como para regresar a nuestra casa. Entonces, en vez de seguir rumbo a México, como teníamos pensado hacer, nos quedamos trabajando, primero cuatro meses en Ecuador, y después seis meses en Colombia. Y por supuesto que no fue una desgracia ni mucho menos. Porque antes de esa experiencia éramos meros espectadores de los sitios que visitábamos, y el hecho de vivir y trabajar en esas regiones nos permitió asimilar más profundamente la realidad latinoamericana.

F: ¿Nos refrescas la memoria explicándonos que sucedió durante la última crisis económica en Argentina? ¿Cómo afecto la crisis a la población que vive en los territorios del interior del país?

M: La crisis de 2002 no sólo fue una crisis económica sino también política. La gran consigna de lucha se canalizó en la frase “Que se vayan todos”, una expresión para nada metafórica que revelaba la indignación de un pueblo ante la corrompida y obsoleta representación política de nuestro país.

Durante la década de 1990 el Gobierno argentino mantuvo la paridad de uno a uno con el dólar norteamericano, abrió las fronteras a los productos extranjeros y privatizó todas las empresas nacionales. Vivimos diez años con una economía ficticia. Los funcionarios decían que Argentina se había insertado al Primer Mundo, pero en realidad se había echado a rodar una descomunal hemorragia de capitales hacia el exterior. Este proceso fue el propio inicio —aunque silencioso— de la crisis. Fue como una borrachera en la que circuló demasiado dinero como consecuencia de la dilapidación y el remate del país al capital extranjero. La población se dio cuenta tiempo después, cuando empezaron a llegar las facturas de los platos rotos. En 2001 la economía se derrumbó vertiginosamente y llegó la debacle.

La crisis económica causó desesperación en la gran mayoría de la población y golpeó a todo el país en su conjunto, pero sus efectos quizás se hayan sentido con más fuerza en el interior. Porque la década del noventa puso en marcha un proceso feroz de centralización y concentración de la riqueza que lanzó a Buenos Aires a compartir una supuesta cima primermundista con las más brillantes capitales de mundo, pero esta dinámica relegó brutalmente a todo el interior. Mientras Buenos Aires se mostraba como un paraíso de privilegios y con mucho brillo, y causaba admiración a quienes lo visitaban, el resto del país sufría un vertiginoso y vergonzoso atraso. A la vez que el dólar barato permitía a una minoría cambiar el auto y la casa, viajar a Europa y los Estados Unidos, cerraron miles de fábricas y empresas, la industria nacional se paralizó, millones de personas perdieron el trabajo, se murió el campo y se agrandó la brecha social.

Cuando estalló, la crisis inundó todos los rincones. Pero en el interior aparecieron casos extremos, como por ejemplo desnutrición infantil. Los chicos aparecían llorando en televisión diciendo que tenían hambre y no tenían qué comer.

Los nuevos gobiernos debieron lavarse la cara y reestructurar sus mecanismos de dominio adoptando máscaras populistas y progresistas, pero desde los barrios y las comunidades la gente se organizó de manera autónoma, descreyendo de los gobiernos como agentes de cambio. La gran crisis multiplicó el número de emprendimientos autogestionados porque la gran mayoría de la población descree de la capacidad de la política tradicional para transformar la realidad.

Los trabajadores tomaron las riendas de cientos de fábricas vaciadas por los patrones, se aceitaron los mecanismos de trueque y solidaridad, surgieron asambleas barriales, nacieron importantes cooperativas, se abrieron numerosos comedores escolares y se multiplicaron las agrupaciones piqueteras, que cobraron una importante presencia en los barrios del conurbano, desarrollando distintas actividades y cristalizando un sólido entramado de militancia social. Éste es el país que encontramos cuando regresamos al país a principios de 2003.

F: En vuestros reportajes "Agricultura Urbana en Rosario" y en "Traslasierra la historia vive" nos explicáis cómo las comunidades se han organizado para autoabastecerse de alimentos y salir adelante. ¿Puedes explicarnos más detalladamente que motivó estas iniciativas y cómo funcionan?

M: Los casos particulares que tú citas son bastantes diferentes, porque mientras el primero se desarrolla en un escenario urbano, el segundo lo hace en un ámbito rural. De todos modos, ambos emprendimientos basan su fuerza en la organización y la participación, y los dos aspiran a la integración social de sectores silenciados por la historia. Ambos proyectos pelean por acceder a los medios que les permitan generar sus propios recursos, y en ese marco luchan por la igualdad y la justicia social.

Los agricultores urbanos de Rosario se nuclean en una organización en la que discuten y planean los métodos de producción y comercialización de sus productos, así como también analizan nuevos proyectos y el acceso a distintos espacios de la ciudad donde llevar a cabo el emprendimiento. Además de contar con sus propias huertas, ellos organizan ferias en distintos puntos de la ciudad y también están abriendo distintos parques-huerta, consistentes en integrar el proyecto a los espacios verdes de la ciudad.

Los campesinos de Traslasierra viven una realidad más compleja. Principalmente porque su lucha por el acceso a los recursos está totalmente desestimada por el Gobierno, al contrario que los agricultores de Rosario, que gozan del apoyo municipal. Algunas comunidades rurales de Traslasierra están des-campesinizadas, es decir que ya no viven siquiera de su propio campo y deben buscar empleo en otros sitios. Además, muchos campesinos están ilegalizados por el Estado, porque no cuentan con la escritura del campo donde viven y son vistos por la ley como usurpadores del terreno que habitan. Aunque hayan permanecido allí durante generaciones, y hayan trabajado la tierra, hecho el aljibe, criado animales, tendido el alambre, levantado la casa, la Constitución no los ampara y nadie les reconoce el esfuerzo. Viene un abogado asociado a un terrateniente y mediante una utilización astuta y macabra de las leyes, desaloja al campesino y se queda con su tierra. En los últimos años esta situación ha crecido de manera alarmante, porque desde la devaluación de la moneda argentina, el campo se ha reactivado, pero es una reactivación para empresarios latifundistas capaces de grandes inversiones. Y en este marco, la soja está generando cifras millonarias, y los grandes propietarios avanzan sobre los pequeños productores rurales, presionando para arrancarlos de la tierra. Ante esta situación, los campesinos se organizan para resistir el desalojo, mejoran la producción y luchan por la reivindicación de la vida rural, por una defensa del campo para los campesinos. Entonces vemos que su lucha es más cruenta y dificultosa, porque tienen que dar pelea en tres espacios: en la Justicia, en el campo, y en los medios, porque la difusión de sus problemáticas, en muchos casos, ha ayudado a lograr los objetivos buscados, porque les han permitido ganar el apoyo de distintos sectores sociales.

F: ¿Cómo se presenta el futuro y el presente según vosotros para este tipo de iniciativas? ¿Son apoyadas institucionalmente o son miradas con recelo?

M: Debemos aclarar, en primera instancia, que los proyectos de agricultura urbana de Rosario cuentan con un apoyo muy dinámico de la Municipalidad, pero no fue la intendencia el organismo que ha impulsado el emprendimiento sino que fue al revés. La Municipalidad decidió apoyarlos a partir de su enérgico avance, como una manera de dar solución a la profunda crisis desatada a partir de 2001. De todos modos, Rosario es un caso muy particular donde la intendencia apoya varios proyectos populares mediante distintas dependencias. No es la norma en el resto del país, donde el desempleo es generalmente paliado con planes de jefes y jefas de familia que consisten en la miserable entrega de cincuenta dólares mensuales y aceitan la maquinaria clientelar del Estado, porque son totalmente improductivos, mantienen en la marginalidad a innumerables familias y las hacen depender de las prebendas y favores del Estado.

En todo este marco, los proyectos autónomos e independientes que surgen en los barrios y las comunidades están atravesando un presente muy fértil. Y consideramos que estos emprendimientos autogestionados tienen mucho futuro por delante, porque están creando una nueva manera de hacer política desde el barrio, desde las comunidades, desde abajo, donde no hay burocracia ni autoridades que frenen los logros populares, ni líderes que puedan ser comprados por el poder de turno. Mucha gente confía y se identifica en estas nuevas propuestas de lucha, como un camino válido para ir reconstruyendo el entretejido social destruido por las dictaduras y el neoliberalismo. La gente considera legítimas estas propuestas, porque son horizontales y participativas, como una democracia directa que actúa sin intermediarios sobre el entorno inmediato.

En cuanto a la actitud del Estado, los funcionarios ven que hay una movida popular que surge desde la comunidad, que pasa por fuera de sus determinaciones y que desde abajo crece una reivindicación de los derechos, la salud, el trabajo, la producción… una lucha en la que no tienen influencia sus punteros políticos. Y eso al poder no le gusta nada. De hecho, empiezan a ver que hay cosas que les pasan por los costados. Y quizás una hormiga no molesta, pero dos, tres, cuatro... ya comienzan a hacer un camino.

¿Entonces qué va a pasar? El Estado va a querer absorber estas formas de lucha, para neutralizarlas y hacerlas indefensas, como hizo con las múltiples asambleas barriales que se organizaron en las esquinas del país a lo largo del 2002. Como hace con toda nueva propuesta que le disputa nuevos espacios. Y si no puede absorberlas, va a intentar destruirlas, porque el Estado —como cualquier enfermedad— sólo aspira a reproducirse a sí mismo y a monopolizar su dinámica de dominio. El Estado no admite ni conciente el crecimiento de propuestas por fuera de sus reglas de juego. Se vende como un organismo protector, pero si vos rechazás su supuesta protección, se encargará de soltar contra vos toda su jauría de chacales. Y es el Estado el que decide quién debe vivir y quién debe morir para construir el futuro que más le conviene a sus intereses políticos y clientelares.

Yo creo que en cuanto puedan ir obteniendo logros y mantenerse autónomos de toda forma de poder que intente cooptarlos, la historia les dará un espacio protagónico a estos emprendimientos. Me parece que la lucha va a darse en ese marco.

F: Las iniciativas que surgieron tras la crisis económica, en las grandes ciudades, pero principalmente en las áreas rurales, pese a la dificultades que nos habéis explicado, parecen haber afrontado bien el día a día, pero la pregunta sería: ¿En qué medida este tipo de iniciativas de cada cual agrupándose colectivamente serian capaces de afrontar cambios duraderos que afectasen a toda la población, y que fueran producto de una nueva crisis económica, una crisis energética, o un brusco cambio climático?

M: Excelente tu pregunta. Y mi respuesta es que la organización autónoma y los emprendimientos autogestionados que crecen desde el barrio y las comunidades tienen toda la viabilidad para convertirse en una experiencia masiva capaz de enfrentar los problemas que tú mencionas, porque quienes se nuclean y organizan en este tipo de lucha es la gente real, la que sufre las consecuencias de la falta de agua, la contaminación, la escasez de recursos, los cambios climáticos bruscos, las inundaciones, las muertes, el hambre, las enfermedades.

Las cúpulas gubernamentales no están capacitadas para tomar determinaciones sobre estos asuntos porque viven en archipiélagos satelitales alejados de la realidad y las personas, en mundos saturados de impunidad y privilegios. Y en nombre de la representación política, la Constitución y la democracia, han creado un gigantesco barrio privado al que sólo ellos entran y desde el cual manejan al país como si se tratara de una empresa. ¿Y qué le importa a un empresario? Las ganancias. ¿Y en qué se miden las ganancias? En dinero. Son ellos los que se reparten al país con la gente adentro, se distribuyen los cargos, acomodan a todos sus amigos y parientes. Es un gremio mafioso cuyos miembros se cubren y protegen entre ellos. ¿Has visto a alguien preso por las atrocidades cometidas desde el poder? Las cárceles son el destino de las personas que no les sirven a ellos. Y para lo que ellos son pérdidas y ganancias en dinero, para nosotros son vidas humanas que ya no están, amigos que se mueren, hermanos asesinados, hijos que se nos van, escuelas que se destruyen, empleos que desaparecen, recursos que se derrochan, poblaciones enteras condenadas al sufrimiento y el desamparo.

Los funcionarios nunca van a sufrir las consecuencias de la falta de energía, la escasez de agua o las consecuencias de las guerras. Ellos todo lo compran con dinero y por eso lo destruyen todo sin conciencia.

Por el contrario, ¿quién va a conocer mejor el valor del agua que un campesino?, ¿quién valorará la tierra más que un agricultor?, ¿quién sabrá las necesidades de la gente del barrio más que el vecino del propio barrio?, ¿quién sabrá planificar emprendimientos de trabajo más que los propios trabajadores? La gente ha demostrado que puede manejar empresas, tomar decisiones productivas y gestionar recursos de una manera mucho más eficaz que algunos empresarios de cierto renombre y economistas importados de Harvard. Es el caso de numerosas empresas y fábricas recuperadas por los propios trabajadores, que han logrado reactivar plantas vaciadas por sus propietarios y han sabido poner en marcha una producción más acorde a las necesidades de los obreros, manejando además complejas maquinarias que supuestamente sólo podían ser manejadas por sabihondos ingenieros.

La gente también ha demostrado —como en el caso del “No a la mina” de Esquel— que con el buen manejo de la información y difusión de lo que se debe saber, los propios vecinos pueden tomar determinaciones importantes y ser capaz de parar emprendimientos empresariales multimillonarios y genocidas que son apoyados por numerosos funcionarios pero que atentan contra la naturaleza y las futuras generaciones. No son los políticos quienes cambiarán las cosas, sino los seres humanos que están apegados a la vida y están concientes del valor de las cosas que realmente valen.

Si esta clase de emprendimientos logran establecer un sólido vínculo entre ellos, como ya está sucediendo en distintas partes del país, van a ser capaces de transformar la vieja política —monopólica y mafiosa— para instaurar un nuevo modo de acción y participación como un valido modo de influir sobre la realidad y cambiar la situación de millones de personas.

Nosotros pensamos que este tipo de organizaciones autónomas pueden llegar a cobrar una importancia histórica. A medida que se vayan consolidando y ganando cuerpo, habida cuenta del deterioro de las instituciones democráticas, podrían llegar a concentrar un importante peso político, capaz de contrarrestar y controlar a los tres poderes constitucionales, y —por qué no— a ocupar su lugar. Desconozco el proceso mediante el cual todo esto pueda llegar a suceder, dado que sería un acontecimiento por completo novedoso que la propia gente deberá ensayar y desarrollar en un contexto determinado. Yo no estoy preparado para hacer ese tipo de predicciones. Pero es una organización social que se permite pensar a partir del actual estado de cosas.

F: En Latitud Barrilete como subtitulo apuntáis: "Sembrando Caminos y Recogiendo Horizontes".

M: Supongo que esta frase resume todo lo anterior. Es una metáfora que hemos sentido más que pensado, como todo lo que verdaderamente nos emociona. Sembrar caminos está ligado a la acción de caminar, de avanzar por una huella que creemos fecunda y necesaria. A medida que avanzamos, el camino va creciendo con uno. Y recoger horizontes está vinculado a lo que encontramos en ese camino, es lo que el viaje nos ofrece: la gente y sus proyectos, su dignidad y su lucha, los amigos que aparecen y comparten con nosotros muchos de sus sueños y esperanzas. Recoger horizontes tiene que ver con eso. Resume una filosofía hecha de caminos y personas, y nosotros lo expresamos en la parte de agradecimientos en nuestro sitio web. La gente y los caminos nada serían el uno sin el otro... ¿Para qué otra cosa sirven los caminos si no es para encontrarse? Nada serían los viajes sin la gente y nada sería la gente sin caminos que la viajen. ¿De qué sirve un camino que no lleva hacia otra gente?


F: Un último mensaje para los lectores.

M: Recorrer el continente nos ha enseñado a pensar el mundo en que vivimos. El viaje nos ha permitido entrar en contacto con los verdaderos problemas y necesidades de nuestra tierra, y nos ha posibilitado encontrarnos con la gente que no es noticia ni para el poder ni para los principales medios de comunicación.

En muchos casos, la ciudad nos distrae con frivolidades y nos embrutece con naderías, y los caminos se transforman en puertas que nos sacuden y nos conducen a las múltiples realidades que en el mundo existen. Esas otras realidades que la globalización no puede absorber gracias al arco iris humano que es nuestra maravillosa especie, capaz de enarbolar la dignidad como estandarte en las condiciones más horrendas e inconcebibles.

El mundo no está arrasado ni la gente es tan mala como nos quieren hacer ver. Si salimos al encuentro de los demás y andamos los caminos que nos esperan, hallaremos a nuestro paso todo un universo de personas que nos aguardan, de manos que se tienden, de puertas que se abren y voces que viajan hacia nosotros trayéndonos buenas noticias. Millones de personas resisten con alegría la soberbia del poder, y desde sus anónimos y quijotescos rincones construyen con dignidad ese otro mundo posible que todos anhelamos.

Los medios masivos de comunicación nos venden la realidad que el poder y los grandes monopolios necesitan imponernos para mantenernos aislados y atemorizados, para que en nuestro miedo y soledad busquemos la compañía de las cosas, nos convirtamos en pasivas criaturas de consumo y nos aislemos en un individualismo de consumo y provecho personal. Pero no son los estúpidos objetos lo que nos hará mejores, ni la prosperidad material lo que nos traerá alegría. La calidad de vida podría medirse también por la capacidad que tenemos de unirnos con los demás para trabajar por algo que valga la pena recordar.

Millones de seres humanos nos esperan.

F: Un placer esta entrevista. Gracias vuestra importante labor periodística y mucha suerte.




Francesc Sánchez - Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.